De gatos y espíritus

Gatitas

Mi gata es ya muy mayor. Ni ella ni yo tenemos muy clara su edad, pero estoy convencido de que tiene más de veinte años. Conserva intacta su curiosidad y siempre ha sido muy cariñosa, aunque se le nota que últimamente ha perdido una cierta agilidad. Digo mi gata, aunque en realidad todos los que nos relacionamos con los felinos sabemos que los gatos son solo suyos y de nadie más. Me corrijo por tanto: la gata que vive en mi casa es muy mayor. No puedo contar su historia, ya que en realidad sólo he sido testigo de una fracción minúscula de su vida. Fue primero la gatita de mis abuelos, después la gatita de mi padre y ahora es mi gatita, o, lo que es lo mismo, ha sido siempre la gata guardiana de la casa familiar y su jardín.

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Playología básica (para no iniciados)

Cada verano, los que me conocen bien saben donde encontrarme: dedico la época estival a contemplar sosegadamente el mundo desde la latitud 39.9014, longitud 4.0678. Para los que no tengan un mapa o un móvil a mano, confirmarles que es mi rincón favorito de la playa de Son Bou, de la que soy usuario entusiasta desde mi infancia. Escondido tras mi propia desnudez, analizo a mis congéneres humanos ir y venir. Tras un largo trabajo de campo, he llegado a una conclusión aplastante: la forma en la que vamos a la playa tiene mucho que ver con quienes somos.

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Del verano, los colores y las palabras

Colores

Pasadas las tumultuosas semanas de la campaña electoral y su cada vez más larga precampaña, por fin podemos relajarnos, ponernos en modo veraniego e ir pensando en todo lo bueno que se acerca: la playa, las fiestas, las vacaciones (para quien las tenga, claro), los días más largos, el buen tiempo… Viendo en el espejo mi reflejo esta mañana, me he dado cuenta de la palidez electoral que todavía arrastro y mi voz interior me ha hecho un ultimátum sobre la inaplazable necesidad de ponerme al sol para ir adquiriendo un color a tono con la época estival.

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Una voz interior

Paseando al azar por las vastas praderas de Internet, allá hasta donde mi curiosidad insaciable me arrastra, acabé leyendo un interesante artículo de Hélène Lœvenbruck, una doctora francesa especializada en neurolingüística. Esta investigadora ha centrado su actividad en el análisis científico del monólogo interior. No se refiere al monólogo interior como técnica literaria, que tan bien dominaron autores como Henry James, William Faulkner o Virginia Wolf en sus novelas, sino a esa voz interior que nos acompaña durante toda la vida, con la que dialogamos y que, además, va narrando, retransmitiendo o incluso opinando sobre nuestra vida y acciones. Es como una pequeña emisora de radio que está siempre ahí, a veces con mejor programación, otras con más silencios, pero siempre pendiente de nosotros. Imagino que sabrás a lo que me refiero: de hecho, mientras lees este artículo, cada una de las palabras que lo componen está siendo leída en alto dentro de tu cabeza por esta voz, sospechosamente parecida a la tuya, gracias a la cual mis pensamientos pasan a ser momentáneamente también los tuyos.

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De la lengua, el karma y otras especias

Samsara

Decía mi abuelo Edmundo, con el que desgraciadamente pude compartir poco tiempo en este planeta, que “no hay nada más castigado que la lengua”. Pero no, no se refería a la cuestión lingüística: en esta formulación, el aforismo se refiere a que en muchas ocasiones nos toca tragarnos nuestras propias palabras, quizás por imprudentes, quizás por ignorantes. La vida, al fin y al cabo, con su dosis de fina ironía, nos acaba poniendo en nuestro sitio. Es una de esas frases que han quedado en la familia y que pasan de generación en generación, como una muestra de sabiduría indiscutida e indiscutible. Y, una vez más, ha demostrado toda su vigencia cayendo con fuerza sobre mí: supongo que los que sigan mis andanzas sabrán de mi imprevista candidatura y no habrán dejado de sonreírse al recordar mi artículo del mes anterior en esta revista, titulado “La realidad, de rebajas”, en el que daba un hermoso repaso a todo lo que supone una campaña electoral y a la actividad de los políticos durante estos períodos. Como imaginarán, cuando escribí el artículo anterior no podía saber aún que iban a hacerme una oferta en este sentido. Cuando la propuesta se concretó y, para mi sorpresa, decidí aceptarla, recordé palabra por palabra el colofón de mi artículo y no pude menos que sonrojarme. Me acordé, una vez más, de mi abuelo y de su frase de cabecera.

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La realidad, de rebajas

Desde ya y durante los próximos meses, abrir un periódico, escuchar la radio o enfrentarse a la televisión requiere de un auténtico ejercicio de valor. Asomarse a las redes sociales e internet, más todavía. La realidad que conocemos, esa que palpamos a diario y a la que, a fuerza de rozarnos con ella, le hemos cogido algo de cariño, se convierte de repente en algo mucho más mutable, menos permanente, más misterioso y enigmático, peligroso incluso. Este fenómeno, aunque no deja de sorprenderme, es periódico y está bien estudiado. El calendario es quien puede darnos una mejor explicación de este extraño suceso: el próximo día 28 de mayo se celebrarán las elecciones municipales en toda España, además de las autonómicas en buena parte de ella y, en nuestra querida isla, también se renovará la composición del Consell Insular, sirviendo, adicionalmente, de barómetro de ánimos respecto a las elecciones generales que tendremos a finales de año.

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Ocho mil millones de vecinos

En este mes de diciembre, lleno de festividades y celebraciones navideñas, tenemos una efeméride mucho más importante a la que atender: el planeta Tierra ha triturado todos los récords anteriores y ha alcanzado la cifra de 8.000 millones de habitantes. Por poner esta cifra en contexto, la población en 1975 apenas alcanzaba los 4.000 millones, o lo que es lo mismo, en menos de cincuenta años se ha duplicado. Como especie, es todo un logro: los humanos hemos colonizado el planeta y, poco a poco, domesticado todas las amenazas que nos acechaban, salvo a nosotros mismos. Como sociedad, sin embargo, supone un reto inigualable: la humanidad necesita en términos globales más agua, más alimentos y más energía que nunca, por referirme únicamente a las necesidades más básicas para preservar la vida. En un contexto de cambio climático acelerado que, además, impacta de forma asimétrica a los distintos territorios, esto supone un problema insalvable, cuyas consecuencias son ya innegables y tienen impacto en las vidas de muchísimas personas.

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A propósito de una Olivetti

Ahora que, gracias a “Ciutadella de Franc”, soy por fin un escritor consagrado, llegó el momento de adquirir los instrumentos tradicionales de mi nuevo oficio. Por mi profesión —economista— y por mi afición —programador—, tengo distintos ordenadores, que son en los que habitualmente escribo mis textos y artículos. De acuerdo con el imaginario colectivo, sin embargo, la herramienta imprescindible que debe tener todo escritor que se precie, al menos desde principios del siglo XX, es una máquina de escribir. Buscando por Internet, con la excusa de que era mi cumpleaños, pude hacerme a precio de ganga con una mítica Olivetti Lettera 32, y digo mítica no por casualidad: en una máquina como esta escribió Cormac McCarthy todas sus obras; también Philip Roth fue asiduo a este modelo ultraportátil e incluso Francis Ford Coppola la utilizó para escribir el guion de “El Padrino”, la genial adaptación de la novela homónima de Mario Puzzo, por no hablar del afamado premio Nobel de literatura, Bob Dylan, un mecanógrafo consumado.

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La Singularidad y los Nuevos Dioses

2001: Una odisea en el espacio

No cabe duda de que la tecnología cada vez tiene un papel más importante en nuestra vida y que, de hecho, la condiciona cada vez más. Pensemos por ejemplo en cómo nos comunicamos, en cómo compramos, cómo pagamos o accedemos a servicios e incluso en cómo nos relacionamos: sería irreconocible e inimaginable para una persona de principios de los 90, antes de la explosión de Internet y los dispositivos móviles. Nuestra dependencia tecnológica es tal que no estamos tranquilos sin tener nuestro teléfono móvil cerca para cerciorarnos de estar conectados (y no perdernos ninguna notificación en tiempo real). Todo tiene que ser inmediato o no nos sirve. (más…)

Érase una vez una crisis

Érase una vez, hace poco más de una década, un país que iba bien. Un país que iba muy bien. Tan bien iba todo en ese país que cualquiera, independientemente de su trabajo, sus rentas y sus ahorros, podía comprarse una vivienda y, además, amueblarla a la última y cambiar de coche.

En ese país de ensueño, a nadie le faltaba de nada: bastaba con elegir una casa, ir a ver a unos señores muy amables y firmar unos papeles, y todo cambiaba para bien: nueva vivienda, dinero en el bolsillo y a gozar de la vida. Así de fácil. A nadie le faltaba el trabajo y todo el mundo vivía feliz. A estos señores tan amables que convertían firmas en sueños les iba todavía mejor y por eso podían comprarse casas todavía más grandes y tener más dinero en el bolsillo. (más…)