
Del barro del que quiero hablar es del barro metafórico. Incluso antes de la catástrofe se habían multiplicado las referencias en sentido figurado en el ámbito del debate público: la máquina del fango, el lodo, el barro… utilizadas para referirse a las actitudes de algunos personajes públicos, siempre dispuestos a lanzarse entre sí todas las inmundicias a su alcance con tal de ensuciar al contrario, obviando las más elementales comprobaciones sobre la verosimilitud o realidad fáctica de los proyectiles que disparan. Sin entender ninguno de estos fallidos alfareros que la metáfora es mucho más acertada de lo que parece a simple vista: para lanzar barro contra alguien hay que cogerlo con las manos y eso, a quien ensucia en primer lugar, es a quien lo arroja. Si tiene suficiente puntería en el lanzamiento, manchará también a su contrario, pero el resultado previsible es un escenario en el que todos acaban salpicados, incluso los que simplemente estaban allí como público. Es, al fin y al cabo, la evolución de la vieja máxima de la comunicación política, aunque llevada al extremo: difama, que algo queda. En realidad, es lo mismo que hacen los calamares cuando se sienten amenazados: lanzar toda la tinta que cargan para que la pérdida de visibilidad les permita escapar.
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