Tabaco y flores

Azucena

Empiezo mi colaboración de este mes con una merecida disculpa a los lectores de la revista: he releído mis artículos de los últimos meses y, aunque no están demasiado mal escritos y habrá incluso quien pueda considerarlos interesantes, reconozco que no me parecen lo suficientemente entretenidos. Quizás he perdido un punto de frescura desde que empecé a publicar aquí, así que, para compensar el error, creo que marzo, que nos anticipa ya la primavera, es un buen momento para cambiar de registro, alejarnos un poco de la actualidad, de los problemas, e intercalar una pieza más breve, más literaria, algo fantástica, de ficción, con la que pedir perdón a mis atentos, sufridos e incondicionales lectores. Espero de todo corazón que os guste y, con un poco de suerte, os sorprenda. Os confesaré que a mí, desde luego, me sorprendió mucho escribirla.


Ayer por la noche fui a la vieja casa familiar a recoger algunos libros que tenía que consultar. Llevaba un par de semanas sin pasar por allí por culpa de mi trabajo. Siempre estoy demasiado ocupado.

Al entrar en el salón me encontré otra vez a mi padre sentado en su butaca favorita, ojeando un periódico mientras fumaba un cigarrillo mentolado. Reconozco que siempre me ha gustado ese olor: me recuerda a mi infancia. Se alegró de verme, pero siempre me ha costado interpretar las emociones de mi padre y, últimamente, mucho más. No me sentía cómodo.

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Un principito apócrifo

mensaje en una botella

Encontré el pasado fin de semana, en una visita dominical a la playa, una botella flotando junto a la orilla, con un mensaje dentro. Esperando que fuese, como mínimo, el mapa de un tesoro o, en el peor de los casos, un náufrago pidiendo ayuda o una sirena mandando cartas de amor a algún marinero, me zambullí en las frías aguas para recuperarlo. Una vez abierta la botella, lo que encontré, sin embargo, parecía ser parte de un capítulo inédito, aunque sin firma, de “Le petit prince”, la obra más famosa de Antoine de Saint-Exupéry. Su avión cayó en el Mediterráneo, no muy lejos de nuestras islas, hace ya ochenta años, quizás abatido por los nazis, por lo que no sería descabellado pensar que este fragmento fuese auténtico, secuestrado por el mar hasta el día de hoy. Me ha parecido una lectura muy interesante, así que he decidido compartir esta traducción libre.

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De cuentos y rondallas

Revista de Menorca

A mediados de agosto, tras una sequía de lecturas interesantes, decidí enfrentarme a un tema que tenía pendiente desde hacía mucho: la rica producción de literatura oral popular de la isla. La literatura folklórica, término hoy algo abandonado en favor del más general de tradiciones orales que propugna la UNESCO, supone un valiosísimo patrimonio inmaterial que debe protegerse y que enraíza y da sustento a nuestras tradiciones y cultura.

Desde septiembre del año pasado las rondallas menorquinas y las leyendas de Menorca han conseguido su reconocimiento como Bienes de Interés Cultural Inmaterial de Menorca (BICIM) por parte del Consell Insular de Menorca, lo que debería servir para impulsar medidas orientadas a su protección, promoción y difusión. En el propio expediente que propició esta declaración se indicaba que estaban en peligro y que, las que aún se conservaban, se estaban perdiendo a un ritmo acelerado. Las tradiciones orales, como son las leyendas y las rondallas, se transmitían principalmente en el seno familiar, de padres y abuelos a hijos, conservando estas tradiciones que se pierden en la historia. Los cambios de modo de vida, las alternativas de ocio más inmediato y el declive de la oralidad en la transmisión de tradiciones frente a los mass media amenazan su continuidad y, de hecho, en su declaración se indica que se encuentran en «grave peligro por falta de transmisión generacional«.

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La isla de los monipodios

Para A., por prestarme unos zapatos que he tardado diez años en calzarme.

Hace mucho, mucho tiempo, aunque tampoco tanto como para no recordarlo, en una pequeña isla de nombre desconocido en medio de un inmenso mar, vivía un pueblo honesto, sencillo y trabajador. Estar en el margen de la geografía les había dejado, también, al margen de la historia, más allá de algunos acontecimientos remotos que habían salpicado, siglos atrás, sus costas. De espaldas al mundo y a sus problemas, la isla era cuna de unas gentes humildes que cultivaban la tierra, criaban ganado, pescaban y se dedicaban a oficios tradicionales, como hicieron sus padres y, antes que ellos, sus abuelos, desde el principio mismo de los tiempos.

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