De favores familiares

Hace unos días, paseando por el acantilado que separa Son Bou de la cala Sant Llorenç, recordé una vieja anécdota familiar que me contaron siendo niño y a la que siempre le he tenido cariño. Las historias familiares son una fuente continua de sabiduría y sirven, además, como inspiración literaria. La protagoniza mi bisabuelo Michel, personaje mítico del que ya hablé en mi artículo del mes pasado. Para adquirir las adecuadas coordenadas espaciotemporales, la acción transcurre en el pueblo de Alayor, en una década indeterminada de la primera mitad del siglo XX.

Como sabrá el lector, en Menorca todos contamos con un nombre, dos apellidos y, además de los posibles apodos individuales, de una especie de nombre familiar o «malnom», que tiene que ver con unas relaciones más laxas, más antiguas, una especie de parentesco desdibujado. Mi bisabuelo, Michel Pons Mercadal, era Mana. Supongo que yo también lo soy, aunque quizás no de pura raza. Esta familia en sentido amplio tenía entonces alguna rama un poco menos intelectual y algo más expeditiva.

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Del verano, los colores y las palabras

Colores

Pasadas las tumultuosas semanas de la campaña electoral y su cada vez más larga precampaña, por fin podemos relajarnos, ponernos en modo veraniego e ir pensando en todo lo bueno que se acerca: la playa, las fiestas, las vacaciones (para quien las tenga, claro), los días más largos, el buen tiempo… Viendo en el espejo mi reflejo esta mañana, me he dado cuenta de la palidez electoral que todavía arrastro y mi voz interior me ha hecho un ultimátum sobre la inaplazable necesidad de ponerme al sol para ir adquiriendo un color a tono con la época estival.

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Ocho mil millones de vecinos

En este mes de diciembre, lleno de festividades y celebraciones navideñas, tenemos una efeméride mucho más importante a la que atender: el planeta Tierra ha triturado todos los récords anteriores y ha alcanzado la cifra de 8.000 millones de habitantes. Por poner esta cifra en contexto, la población en 1975 apenas alcanzaba los 4.000 millones, o lo que es lo mismo, en menos de cincuenta años se ha duplicado. Como especie, es todo un logro: los humanos hemos colonizado el planeta y, poco a poco, domesticado todas las amenazas que nos acechaban, salvo a nosotros mismos. Como sociedad, sin embargo, supone un reto inigualable: la humanidad necesita en términos globales más agua, más alimentos y más energía que nunca, por referirme únicamente a las necesidades más básicas para preservar la vida. En un contexto de cambio climático acelerado que, además, impacta de forma asimétrica a los distintos territorios, esto supone un problema insalvable, cuyas consecuencias son ya innegables y tienen impacto en las vidas de muchísimas personas.

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