De afectos y efectos

Laurence J. Peter

Hoy quiero hablarles de un concepto básico para entender el mundo en el que vivimos y, en la medida de lo posible, sobrevivir a nuestros prójimos y a nosotros mismos: el efecto Dunning-Kruger. Pese a lo sonoro de su nombre, lo que describieron los psicólogos David Allan Dunning y Justin S. Kruger en 1999 es un curioso sesgo cognitivo que sufrimos todos y que tiene que ver con cómo valoramos nuestras propias capacidades. Lo que descubrieron estos investigadores en 1999 es que las personas con competencias limitadas en cierta materia tienden a sobrevalorar sus propias capacidades, mientras que las personas con competencias muy desarrolladas, por el contrario, tienden a infravalorarlas. Aunque el efecto fue probado inicialmente en competencias concretas, como el razonamiento lógico, la gramática y habilidades sociales, se ha demostrado que está presente en otros muchos ámbitos de conocimiento, como en los negocios, la política, la medicina, la conducción, la memoria espacial o incluso las capacidades de lectura.

Las consecuencias son obvias: los menos preparados tienen más confianza en sus propias habilidades que los que sí lo están. A partir de aquí, la receta para el desastre está servida. Este curioso efecto se ha tratado de explicar de distintas formas, aunque ninguna de ellas plenamente satisfactoria. La más evidente es la explicación metacognitiva. Pese a lo enrevesado de la palabra, es fácil de entender: consiste en que una de las partes principales del proceso de adquirir una nueva habilidad es, precisamente, aprender a distinguir entre un buen y un mal resultado. Los que todavía no han aprendido esta parte, tienden a suponer que su desempeño es mejor de lo que realmente es. O, resumiendo aún más el problema, no saben lo suficiente como para descubrir su propia incompetencia.

Hasta aquí, la explicación de este efecto. Lo dramático del mismo son sus consecuencias, especialmente en ámbitos donde las personas tienen una menor formación general o en temas donde es necesaria una alta especialización. Y ésta es una posible explicación de por qué ascienden en ocasiones personas que no están capacitadas para hacer su trabajo. O lo contrario: que las personas más capaces y formadas, al valorar menos sus propias capacidades reales, queden en ocasiones marginadas en los procesos de ascenso.

Por ir directamente a lo más delicado: los temas médicos y sanitarios. Todo el mundo se atreve a recetar medicamentos que ha probado y que le han ido bien, mientras que muchos médicos son reacios a dar según qué medicinas. Sí, sé que también hay médicos de receta fácil, pero en general, suelen ser precavidos. Pasa también en el deporte, donde todo el mundo se permite saber más que el entrenador cuando ve un partido, o en la política, donde todos pensamos que lo haríamos mejor si estuviéramos allí… o no.

La pregunta que aprovecho para plantear es si el efecto Dunning-Kruger sirve o no para explicar y justificar el conocido como principio de Peter. Es más fácil que hayan oído hablar de él, porque se trata de un concepto algo más comentado, más de dominio público. La versión más sencilla de este principio puede formularse diciendo que, en una organización, toda persona asciende hasta alcanzar su máximo grado de incompetencia. Tal cual. El catedrático Laurence J. Peter formuló este principio en base a la simple observación: en tanto un empleado hace bien su trabajo, se le reconoce y se le premia con ascensos, hasta llegar a un lugar jerárquico en el que no puede hacerlo bien, y ahí acaba su carrera ascendente. El propio Peter describe dos consecuencias terribles: primero, que todo puesto de trabajo acabará ocupado por una persona incompetente para realizarlo; segundo, que el trabajo en una organización lo tienen que hacer las personas que aún no han alcanzado su máximo nivel de incompetencia.

A este principio de Peter, formulado por primera vez en 1969, se le adelantó casi medio siglo Ortega y Gasset, cuando en 1910 afirmó que todos los empleados públicos han sido ascendidos hasta volverse incompetentes. En fin. Siempre es fácil burlarse de los funcionarios y acogerse al tópico, pero lo cierto es que ninguna organización -administración pública y empresa privada incluidas- puede evitar la terrible realidad del principio de Peter.

Si unimos el efecto Dunning-Kruger y el principio de Peter nos asomamos a una realidad desalentadora en la que los que lo hacen mal creen que lo hacen mejor y ascienden hasta que lo hacen definitivamente mal, sin remedio. Y esa es la intrahistoria del mundo en el que vivimos: incompetencia glorificada.

En cualquier caso, les invito a que practiquen también una sana autocrítica: ¿creen que hacen las cosas mejor de lo que realmente las hacen? ¿Alguien ha dudado -con razón- de su capacidad? Quizás estén siendo víctimas del efecto Dunning-Kruger, aunque les corresponde saber en qué extremo de la línea les está afectando. ¿Nadie se apunta a la estupenda paella que cocina los domingos? Bingo. ¿Todos huyen de casa cuando se pone a tocar clásicos del rock con su guitarra? Bingo. Nada más que alegar, señoría.

Y piensen también que, si hace tiempo que no les ascienden en el trabajo es que, quizás, sin saberlo, han alcanzado ya las más altas cotas de incompetencia en su respectiva organización. No es un consuelo, pero al menos ya le pueden echar la culpa a alguien: el señor Peter. Miren a ambos lados y podrán recopilar cuantiosos y sabrosos ejemplos de estas reglas inmutables.

En fin. No quisiera aburrirles más, porque empiezo a sospechar que también he sobreestimado mi capacidad para escribir y entretenerles. Afortunadamente, mi calidad como escritor me ha permitido ascender entre los rangos literarios hasta ser colaborador de esta revista, en la que, según todos los indicios, seguiré escribiendo muchos años más. Si no están conformes con lo que dice este artículo o con la realidad en su conjunto, recuerden que siempre pueden mandar una reclamación al jefe de todo este tinglado. No, no se confundan: no la dirijan a Dios. Mándenle sus quejas a Murphy. Sí, el de la ley con el mismo nombre.

Publicado en la revista Ciutadella de Franc del mes de diciembre de 2023.