Una voz interior

Paseando al azar por las vastas praderas de Internet, allá hasta donde mi curiosidad insaciable me arrastra, acabé leyendo un interesante artículo de Hélène Lœvenbruck, una doctora francesa especializada en neurolingüística. Esta investigadora ha centrado su actividad en el análisis científico del monólogo interior. No se refiere al monólogo interior como técnica literaria, que tan bien dominaron autores como Henry James, William Faulkner o Virginia Wolf en sus novelas, sino a esa voz interior que nos acompaña durante toda la vida, con la que dialogamos y que, además, va narrando, retransmitiendo o incluso opinando sobre nuestra vida y acciones. Es como una pequeña emisora de radio que está siempre ahí, a veces con mejor programación, otras con más silencios, pero siempre pendiente de nosotros. Imagino que sabrás a lo que me refiero: de hecho, mientras lees este artículo, cada una de las palabras que lo componen está siendo leída en alto dentro de tu cabeza por esta voz, sospechosamente parecida a la tuya, gracias a la cual mis pensamientos pasan a ser momentáneamente también los tuyos.

La doctrina cristiana llegó a convertir esta voz interior en algo más, en una brújula moral infalible a la que se le dio el nombre de conciencia, aunque probablemente el concepto sea anterior y ya encontremos figuras muy parecidas en la antigua Grecia e incluso antecedentes más remotos en las culturas egipcia, sumeria o babilónica.

Lo llamativo del estudio de Lœvenbruck es que, al parecer, no todas las personas tienen un nivel equivalente de monólogo interior y que hay incluso un porcentaje significativo de personas que no lo tienen en absoluto. Ni mi monólogo interior ni yo podemos imaginarnos la sensación de tener la mente en silencio, de no tener esta voz que nos acompaña en todo momento. Pero al parecer es lo que ha probado la ciencia: entre un 30% y un 50% de la población sí tiene esta voz interior, experimentándola en distintos grados, mientras que el resto no verbalizan internamente sus pensamientos, sustituyéndolos por imágenes, sensaciones o emociones. Este sorprendente hallazgo es relativamente reciente: fue el profesor de psicología Russell Hurlburt el que a finales de los 90 demostró esto, para su propia sorpresa y desconcierto.

Por lo tanto, la humanidad se divide en dos grupos muy diferenciados: los que piensan verbalmente y los que no. Lo curioso del caso es que los miembros de un grupo no pueden concebir en absoluto lo que supone ser del otro grupo: a mí me resulta imposible imaginar que la mitad de los seres humanos no tengan una voz interior y solo pensarlo me produce extrañeza e incredulidad. Para los del segundo grupo debe resultar todavía más increíble saber que hay muchísimas personas con una especie de mini-yo metido en sus cabezas que no deja de parlotear y les acompaña en todo momento. El que hayamos tardado no siglos, sino milenios en darnos cuenta de la existencia de esta diferencia demuestra lo inconcebible que es para unos imaginar lo que hacen los otros.

Te pido por tanto disculpas de forma preventiva si eres un lector del bando contrario y yo había asumido automáticamente que tenías este monólogo interior. Me gustaría que me explicaras cómo es vivir el mundo desde tu paradigma, tan necesariamente distinto del mío, pero me temo que nuestras cosmovisiones son tan distintas que no podemos acceder fácilmente a las sensaciones e impresiones de los otros.

La doctora Lœvenbruck mide esta voz interior en base a tres dimensiones distintas: en primer lugar, si se trata de un auténtico monólogo o de un diálogo, ya que hay experiencias distintas al respecto. En segundo lugar tiene en cuenta la condensación o, lo que es lo mismo, lo parlanchina que resulta la voz interior, si se expresa en palabras y fragmentos o elabora oraciones completas e incluso párrafos. Por último, está la intencionalidad de esta voz interior, que en ocasiones está muy alineada con los temas que nos ocupan y preocupan y, otras, sin embargo, trae a colación temas que nada tienen que ver, aparentemente aleatorios.

A priori, la ciencia no ha sido capaz de determinar si hay un modelo mejor que otro, pero sí que ha detectado la existencia de diferencias importantes. Las personas con monólogos interiores más intensos suelen tener mayores capacidades lingüísticas, tienden a ser más críticos y con más facilidad para la resolución de problemas. Por el contrario, quienes piensan de formas no verbales pueden tener un mayor nivel de pensamiento abstracto y capacidades mayores en otros ámbitos, como el pensamiento espacial o la expresión artística.

Lo más importante es lo que está todavía por hacer: entender en profundidad lo que esta diferencia supone y el impacto que tiene en nuestros modelos de aprendizaje. Quizás parte del fracaso escolar pueda explicarse mediante la discrepancia entre unos modelos de enseñanza que dan por hecho una unicidad de los procesos de pensamiento que no es tal. Faltan aún muchas respuestas.

En cualquier caso, espero que este artículo sirva para ilustrar lo poco que sabemos todavía sobre nosotros mismos, tanto a nivel individual como a nivel de especie: lo que aquí he explicado supone una diferencia abismal de nuestros procesos cognitivos que lleva experimentando el hombre desde el principio de los tiempos y que, sin embargo, no hemos identificado con claridad hasta ahora. ¿Cuántas cosas más damos por hechas respecto a nuestros congéneres? ¿Cuántas diferencias más están ahí y, por miopía intelectual, no hemos sido todavía capaces de identificar? Tenemos que ser más humildes y reconocer que apenas empezamos a entender lo que somos y cómo funcionamos. Debemos ser más pacientes con nosotros mismos para entender también que apenas hemos bajado de las ramas de los árboles de la sabana. Y, por último, merece la pena ser más empáticos con el prójimo porque, probablemente, resulte imposible ponernos en su lugar.

Medita sobre todo esto, lector, de una forma verbal o no verbal, según sea tu proceso, y pregúntate qué tipo de inteligencia es la tuya y la de las personas que te rodean. Quizás haya una lección valiosa en averiguarlo.

Publicado en la revista Ciutadella de Franc del mes de mayo de 2023.