La realidad, de rebajas

Desde ya y durante los próximos meses, abrir un periódico, escuchar la radio o enfrentarse a la televisión requiere de un auténtico ejercicio de valor. Asomarse a las redes sociales e internet, más todavía. La realidad que conocemos, esa que palpamos a diario y a la que, a fuerza de rozarnos con ella, le hemos cogido algo de cariño, se convierte de repente en algo mucho más mutable, menos permanente, más misterioso y enigmático, peligroso incluso. Este fenómeno, aunque no deja de sorprenderme, es periódico y está bien estudiado. El calendario es quien puede darnos una mejor explicación de este extraño suceso: el próximo día 28 de mayo se celebrarán las elecciones municipales en toda España, además de las autonómicas en buena parte de ella y, en nuestra querida isla, también se renovará la composición del Consell Insular, sirviendo, adicionalmente, de barómetro de ánimos respecto a las elecciones generales que tendremos a finales de año.

René Descartes, entre otras muchas cosas, padre de la duda sistemática, estaría satisfecho del resultado de nuestro sistema democrático: la realidad entera se pone en duda en cada manifestación pública de los candidatos. Aspectos en los que, como ciudadanos, no habíamos reparado nunca, acaparan ahora protagonismo y opiniones enconadas a favor y en contra; cuestiones sobre las que, probablemente, no teníamos una posición formada, se convierten de repente en esenciales para poder entender el mundo en que vivimos. El juego democrático, con todo su sólido fundamento teórico y filosófico, por momentos se convierte en una rifa, en la que todos, de una forma u otra, ponen de rebajas la realidad misma, negándola, afirmándola, modificándola, sin necesidad de atender en ningún momento a la verdad de las cosas.

Esto nos conduce de nuevo al concepto de realidad líquida de Zygmunt Bauman, ese sociólogo polaco con pipa que tan bien supo describir la sociedad en la que vivimos. Todo es mutable, todo es adaptable y, además, nosotros también. Mirando con un poco de perspectiva, nada tienen que ver los temas públicos que nos preocupan oficialmente hoy con los que nos preocupaban hace diez, veinte o cien años. Probablemente, ni aquellos ni estos, además, respondan a las necesidades y preocupaciones reales del ser humano. Nacemos, crecemos, vivimos y morimos sin tener ni idea de cuál es nuestro sentido, sin entender el motivo de nuestra propia existencia ni nuestro encaje en el universo y en la sociedad de la que formamos parte, pero, sin embargo, dedicamos un porcentaje valiosísimo de ese escaso tiempo vital del que disponemos a preocuparnos por cuestiones tan menores, tan nimias, que hasta a nosotros mismos nos daría vergüenza si nos permitiéramos un momento para reflexionar al respecto.

Lejos de mí el funesto hábito de aconsejar, y menos aún en el ámbito ideológico, pero sí me permitirán que aproveche este espacio para compartir una reflexión. Es una técnica sencilla que, al menos a mí, me ayuda a copar con la intoxicación permanente en la que vivimos gracias a los medios de comunicación en estos tiempos revueltos: antes de enfadarse, antes de indignarse por la opinión ajena, pregúntense sí merece la pena. Hágalo, además, con un mínimo de perspectiva: si hoy fuera su último día de vida, ¿perdería el tiempo sulfurándose, defendiendo firmemente una posición o condenando la contraria? Ahí tiene su respuesta: si la cuestión, de ser hoy el último día de su vida, carece totalmente de importancia, probablemente también carezca de importancia aunque usted tenga una salud de hierro y muchos años por delante en este planeta. Relativizar es, sin duda, la mejor de nuestras herramientas.

Afortunadamente, el grado de este trile epistemológico electoral no se mantiene permanentemente a este nivel, o desarrollaríamos todos una fuerte psicosis. Pasadas las elecciones, las certezas de unos y otros se convierten paulatinamente en argumentos poco más o menos descontados, imposibilidades y dificultades técnicas de difícil solución, vergonzantes renuncias o interesados olvidos. Si algo caracteriza a la realidad en este universo es, precisamente, su tozudez: mantiene su criterio propio por más que legiones de personas insistan repetidamente en que es otra cosa. Los imanes afectan a las brújulas, pero apunten hacia donde apunten sus agujas, el norte seguirá estando donde estaba.

Dense un respiro: salgan a pasear, lean un buen libro, escuchen buena música, mantengan una conversación sincera con alguien, de las de verdad, de las que importan. El ruido pasará y aquí seguiremos, poco más o menos, los de siempre, viviendo como siempre. La mejor vacuna contra la estupidez es, precisamente, no escuchar a los estúpidos.

Publicado en la revista Ciutadella de Franc del mes de marzo de 2023.