De gatos y espíritus

Gatitas

Mi gata es ya muy mayor. Ni ella ni yo tenemos muy clara su edad, pero estoy convencido de que tiene más de veinte años. Conserva intacta su curiosidad y siempre ha sido muy cariñosa, aunque se le nota que últimamente ha perdido una cierta agilidad. Digo mi gata, aunque en realidad todos los que nos relacionamos con los felinos sabemos que los gatos son solo suyos y de nadie más. Me corrijo por tanto: la gata que vive en mi casa es muy mayor. No puedo contar su historia, ya que en realidad sólo he sido testigo de una fracción minúscula de su vida. Fue primero la gatita de mis abuelos, después la gatita de mi padre y ahora es mi gatita, o, lo que es lo mismo, ha sido siempre la gata guardiana de la casa familiar y su jardín.

Los que convivimos con gatos sabemos que no son unas criaturas exactamente predecibles y que, pese a su pequeño tamaño, tienen personalidades muy marcadas y diferenciadas entre sí. Mi gata, además de muy cariñosa, ha sido siempre bastante callada. Y en muchos momentos parece abstraerse, desconectarse de una forma evidente de cuanto la rodea. Es como si dejara de verme y, sin embargo, viera otras muchas cosas que yo no soy capaz de ver. Los sentidos de los gatos son muy agudos. Tienen un oído muy fino, un olfato muy desarrollado y una visión que nada tiene que ver con la nuestra, gracias a la cual son incluso capaces de ver en la oscuridad. El mundo que percibe un gato es muy distinto al que podemos percibir nosotros, lleno de unos estímulos y sensaciones que nosotros no podríamos interpretar.

Estos pequeños cazadores adoptaron al hombre en el Neolítico, o quizás incluso antes, acompañando a la humanidad en su colonización del planeta. Donde quiera que ha llegado el hombre han llegado también los gatos con él. La alianza es antigua y firme: nosotros les ofrecemos refugio y comida, y ellos nos honran con su compañía y cazan para nosotros pequeñas criaturas. ¿Pero es realmente éste el motivo de nuestro pacto con ellos? En muchas culturas los gatos han tenido un carácter simbólico o incluso sagrado, como en el antiguo Egipto. En otras civilizaciones, como la nuestra, se han asociado también a otras cuestiones mágicas, teniendo muy mala fama el gato negro, elección habitual de nigromantes y brujas como ente familiar, e incluso representación del diablo.

Distintas culturas creen que los gatos son psicopompos. No es una palabra fácil ni habitual, pero la definición no es tan difícil: los psicopompos son los seres que acompañan a las almas en su tránsito una vez que muere el cuerpo físico. Guían a los espíritus de los muertos hacia su futura morada. En nuestra civilización, el cristianismo barrió todas las concepciones animistas anteriores. El mundo griego clásico sí creía en la metempsícosis. Lo sé, otra palabra rara pero también fácil de explicar: es como llamaban los griegos a la reencarnación. Sin embargo, hay diferencias de matiz importantes. Reencarnar significa literalmente volver a tener carne, es decir, volver a tener un cuerpo físico. Los cristianos creen en esa vida más allá de la muerte, en que los muertos volverán a la vida, tras la cual habrá un juicio final y Dios nos mandará a donde merezcamos, en función de los méritos que hayamos acumulado durante nuestra vida. Tras este juicio final todo quedará en una especie de éstasis (está bien escrito, aquí va sin equis), en un auténtico final de la historia: vida eterna en el cielo para los justos y condenación eterna para los pecadores en el infierno.

La metempsícosis es otra cosa, es la transmigración de las almas: la esencia de la persona, su alma, su chispa vital, aquello que la hace única, tras la muerte del cuerpo, volverá a la vida una y otra vez, en nuevos cuerpos, en otras vidas. Dando un paso más, para los budistas el paso definitivo es romper esa cadena de reencarnaciones, que ellos interpretan como un aprendizaje, hasta alcanzar la iluminación, la sabiduría que nos permite ser uno con el universo y, por lo tanto, cesar esa rueda de transmigraciones.

Por supuesto que otras culturas han atribuido el papel de psicopompos a distintos animales, como los pájaros, o incluso a una casta especial de personas, los chamanes, cuyo oficio consiste en exactamente eso: acompañar a los muertos en su viaje y preparar a los vivos para enfrentarse al día de su muerte con una cierta antelación. No sé muy bien qué pensar en relación a todo esto. Ahora que he celebrado el paso de ecuador de mi esperanza de vida estadística, este ser racional que soy ve cada vez con mejores ojos alguna de estas posibilidades. Como creyente seguramente soy y seré siempre un fiasco, pero puedo fantasear con estas ideas o, al menos, especular un poco sobre ellas sin mancharme las manos.

Volvamos a mi gatita, que he estado divagando. Estoy convencido que en esos momentos de ausencia de los que hablaba, mi gata está viendo el otro mundo. Los gatos viven entre ambos mundos, entre el de los vivos y el de los muertos, entre el mundo físico y el de los espíritus. Para ellos no hay diferencia, no hay una transición entre uno y otro. Son unos cazadores formidables y en ocasiones nos parecen crueles, pero no es así: ellos ven la transición completa de un mundo al otro. Por eso, cuando un gato continúa jugando con el ratón que acaba de matar, quizás lo hace porque sigue viendo al ratón vivo. Lo zarandea hasta que el espíritu del animalillo es consciente de su propia suerte y abandona por fin el cuerpo que le dio cobijo. Después, el gato descansa, conservando cerca su presa.

Cuando mi gata deja de verme es porque hay algo en el otro mundo que reclama su atención. Quizás algún espíritu perdido que le pide ayuda o que simplemente está de paso. Me intranquiliza y a la vez me reconforta cuando mi gata entra en uno de esos estados de desconexión. Me intranquiliza porque tengo la certeza de que estoy rodeado por presencias que no soy capaz de percibir, y me reconforta porque me confirma que hay algo que nos espera más allá de la muerte, sea lo que sea.

La próxima vez que veas un gato, te gusten o no estos animalitos, recuerda que su misión es la más importante. Quizás un día, más cercano o más lejano, ese mismo gato será quien conduzca tus pasos hacia un lugar del que nada sabemos. Concédele hasta entonces el beneficio de la duda a sus siete vidas.

Publicado en la revista Ciutadella de Franc del mes de agosto de 2023.