
«Le destin n’est pas une question de hasard; c’est une question de choix.»
—Antoine de Saint-Exupéry
Me sorprende mucho que no hayamos oído hablar aún de una iniciativa tan interesante como necesaria para nuestras islas como una Ley de Casinos. Entiendo que es necesario un acuerdo a nivel autonómico y, junto con este consenso, una adecuada negociación con instancias superiores para conseguir la otra parte de la ecuación: una fiscalidad todavía más ventajosa y adecuada para que esta actividad levante el vuelo en el archipiélago.
¿No están hartos ya de galerías de arte? Cada vez que uno parpadea abre una nueva galería de arte exclusivísima y con artistas, consagrados o no, celebrados de forma entusiasta por su madre y por su agente, como mínimo. Entonemos como sociedad un «no más arte comercial» y abracemos propuestas que superen este camino tan trillado. ¿Qué interés tiene para nosotros darnos una vuelta por una galería de arte superexclusiva? ¿La cultura? ¿Comprar un imán de nevera que es lo único que nos podremos permitir de lo que en ellas ofrecen? Mi planteamiento de los megacasinos es mucho más tangible, más inmediato y, sin duda, mucho más rentable.
Tenemos ya todo lo demás para garantizar el éxito: villas de superlujo, puertos deportivos con amarres aptos para megayates, tiendas de las marcas exclusivas con precios imposibles, hoteles de ensueño, récord de llegadas de jets privados, campos de golf y el resto de temas que, aunque resulten algo más incómodos de explicar también son parte de la receta del éxito: consolidados servicios de escorts, masajes con final feliz de alto standing, supermercados de la droga y una competitiva fiscalidad, que roza ya el dumping. Y, por supuesto, la guinda necesaria para el mejor pastel: mandamases que saben anteponer sus intereses particulares a los del interés general y, a la vez, vender sus tejemanejes como éxitos de gestión que mejorarán la vida de todos los ciudadanos.
También es importante insistir en lo que no tenemos y cuya ausencia puede ayudar a este tipo de iniciativas al darnos ventaja competitiva. Por ejemplo, una Oficina Anticorrupción. ¿Quién necesita que se le investigue por corrupción? ¡Nadie! Aquí tenemos un historial intachable en el que estas cosas no han pasado. O no se han investigado, al menos. Además, la existencia de una Oficina así es algo tan absurdo como tirarse por un tobogán acuático en febrero, por más que desestacionalice la temporada. ¡Vaya ocurrencia!
Con todos estos elementos, más la exclusividad adicional que supone la casualidad geográfica de ser un territorio insular, tenemos la receta para el éxito. El sueño húmedo de nuestros gobernantes es hacer de nuestras islas un nuevo Mónaco o un nuevo Montecarlo. Creo que hace falta más ambición política, una visión a más largo plazo, que apueste —permítanme aquí el burdo juego de palabras— por las apuestas y haga de nosotros un referente mundial en este ámbito, dejando en ridículo Las Vegas para ser algo así como Macao, pero a lo grande. Tenemos el potencial para ser lo que queramos ser. De hecho, incluso si se considera que ser un desierto es necesario para el éxito de la industria de los casinos, como en Las Vegas, aquí estamos a un paso de conseguirlo también gracias a la sobreexplotación de los acuíferos y el avance del cambio climático.
Insisto en que tenemos todos los ingredientes para el éxito, empezando por el más necesario: una total falta de escrúpulos. Tenemos, además, emprendedores y empresarios de referencia a nivel mundial en el tema hotelero, además de otras poderosas familias que se han sumado recientemente a este negocio, tras algunas glorias deportivas, consiguiendo un beneficioso y ejemplarizante urbanismo a la carta.
Disponemos también de las mejores ubicaciones para construir estos megacasinos de lujo. Está claro que una instalación de este tipo no tiene cabida en nuestras ciudades y pueblos, que probablemente no estén aún al nivel y en las que, además, los precios del suelo andan algo agitados. La propuesta que tendría más sentido sería aprovechar el suelo de nuestros parques naturales. Está perfectamente preservado y protegido desde hace décadas, así que ya es hora de ponerse manos a la obra y usarlo. O si no, ¿qué sentido ha tenido preservarlo? Se ha preservado para una mejor ocasión, y ésta es precisamente la que ahora comento: supercasinos en entornos paradisíacos, únicos, emblemáticos. Además, contamos con espacio suficiente en ellos como para construir helipuertos, que son imprescindibles para atraer el tipo de clientes que buscamos: así pueden llegar sin colapsar nuestras carreteras con sus limusinas, volando directamente en sus helicópteros desde el aeropuerto, tras aterrizar su jet, o desde sus megayates. Todo son ventajas al hacerlo así.
Y las oportunidades económicas son múltiples para nuestras islas. Además de atraer este perfil de altísimo poder adquisitivo, la construcción de los megacasinos supondrá un impulso para el sector de la construcción. Dotar de personal específico las salas de juegos requerirá de una mano de obra especializada, que sumará a sus sueldos —bastante dignos, por convenio— unas más que interesantes propinas, que no tienen que pasar por Hacienda. El listado de oportunidades no acaba aquí: servicios de seguridad, transporte de dinero, servicios de taxi en helicóptero, servicios de limusinas para quien tenga miedo a volar, servicios de acompañantes, catering a un nivel adecuado para estos finos paladares, abogados metidos a políticos y de vuelta al ejercicio privado para resolver cuestiones urbanísticas espinosas, facilitadores, comisionistas, conseguidores, auditores de casinos y un ecosistema propicio para acoger todas las mafias que crecen en torno a este tipo de negocios. Un sueño hecho realidad.
A diferencia de otros negocios, los megacasinos, además de repartir riqueza al más puro estilo trickle-down economy, traen beneficios sin igual a los ciudadanos de a pie. Por citar rápidamente algunos, eliminarán los puntos negros de la ludopatía en el corazón de nuestros pueblos y ciudades. No más salones de juego en los que gastarse el sueldo. ¿Quién querría ir a un sitio cutre y decadente pudiendo ir a un sofisticado y elegante casino, donde recibir un trato esmerado y distinguido, para jugarse de una forma mucho más rápida el dinero que uno no tiene? O, por ejemplo, lo mucho que mejorarán las carreteras hasta nuestros parques naturales. Ahora mismo la mayoría de ellas son tercermundistas, en algunos casos, apenas unas pistas de tierra. Con unos buenos casinos y sus infraestructuras de apoyo, necesitaremos carreteras de doble carril, seguras y rápidas, como merecemos.
Piensen además que el típico turista de casino de superlujo no nos molestará saturando el restaurante de menú del día, como sí pueden hacer los visitantes de piso turístico ilegal. No veo a estas grandes familias patricias haciendo cola en el Mercadona o yendo a una saturadísima sala de urgencias si sufren algún contratiempo imprevisto. Es el turismo que necesitamos, el turismo que más nos conviene, respetuoso con el entorno. Y, con esos recursos adicionales, nuestros gobernantes podrán adecentar un poco los parques naturales, ajardinándolos como se merecen y embelleciéndolos más allá de su limitado encanto natural actual.
Insisto: es una gran oportunidad y, como sociedad, tendríamos que movilizarnos para exigir ya medidas claras en este sentido por parte de nuestros gobernantes. Tenemos que hacernos oír y, como pueblo, obligar a nuestros dirigentes a que nos hagan caso: queremos macrocasinos ya. Tenemos que alzar la voz juntos y forzarles a que nos escuchen cuando lo que proponemos es tan razonable y rentable.
En fin. Espero que hayan disfrutado de esta pequeña boutade que, obviamente, no tenía otro objeto que distraerles y entretenerles. Solo espero que no haya tomado apuntes sobre estas ideas la gente que está en disposición de cometer barbaridades de esta magnitud, como otras muchas que ya han puesto en práctica ante nuestro silencio atónito. Para todos los demás, ciudadanos de a pie de este archipiélago, aconsejarles que vuelvan a las reservas indias, sellen las entradas de sus tipis y recen a Manitú mientras fuman la pipa de la paz para pedir una vez más paciencia y que llegue pronto noviembre, para que acabe la inevitable y lucrativa, aunque solo para algunos, invasión anual de la turistada.
Publicado en la revista Ciutadella de Franc de junio de 2025.