Otro mes de agosto

Huellas en la arena

Fundamentum iustitiae primum est ne cui noceatur
— Marco Tulio Cicerón

Por fin ha llegado el mes de agosto. Me gusta el verano porque además de que no hay que ir a la escuela, durante este mes mis padres tampoco trabajan y así puedo estar más tiempo con ellos. Aunque papá y mamá llevan mucho más tiempo de vacaciones y ya casi ni me acuerdo de las clases. El sol tiene otro color en agosto. El cielo está siempre despejado y, cuando llega la noche, las estrellas fugaces dibujan líneas de colores preciosos. Hay que tener paciencia y un poco de suerte para verlas.

Este mes de agosto es diferente. Lo noto. El anterior verano también lo fue, pero este lo es todavía más. El año pasado hubo muchos fuegos artificiales, pero no me gustaron nada: no eran muy bonitos y hacían mucho ruido, tanto que hasta papá y mamá se asustaban. Yo les decía que no pasaba nada, pero me mandaban callar. Nunca les había visto tan enfadados. Y también había muchísimas estrellas fugaces, incluso de día.

Es ya media tarde y juego con mi hermana sobre la arena. Es pequeña y no se da cuenta de que este mes de agosto es diferente. Como solo tiene tres años no se acuerda de los otros agostos. Yo sí.

A poca distancia, bajo la sombra, están papá y mamá. Los noto serios. Siempre están de mal humor. Hace tiempo que no están bien. Los otros agostos nos íbamos de vacaciones. Recuerdo que era toda una aventura subir todos en el coche de papa, salir de la ciudad e irnos más lejos, a otros pueblos, para pasar el verano. A veces, nos quedábamos en casas de familiares; otras, con amigos de mis padres. Todo era más alegre: había canciones y bailes, había helado y risas, y muchos niños con los que jugar.

Sé que las cosas no van bien, aunque no acabo de entender lo que pasa. Echo de menos los otros veranos, con los viajes, con las risas. Papá y mamá apenas hablan entre sí y ya nunca sonríen. Echo de menos a mis amigos del colegio, a los que hace mucho que no veo. Espero que tengan un buen mes de agosto y que sus padres sí sonrían.

También estoy triste, pero sonrío igual porque no quiero que mi hermanita se preocupe. Es tan pequeña que no entiende nada y yo soy su hermano, así que tengo que cuidarla bien. Creo que no se ha dado cuenta de nada de lo que pasa.

La tarde se alarga mientras jugamos juntos. El sol baja poco a poco y pronto se hará de noche. Hoy no creo que pueda ver estrellas fugaces: hay luna llena y, además, en un rato nos iremos de aquí.

Llevamos tanto jugando que me ha entrado hambre. Mi hermana también tiene hambre, pero estaba tan distraída jugando que ni se había dado cuenta. Últimamente tenemos siempre apetito. Será el verano. Se lo dije a mi padre y me explicó que era normal, que estoy creciendo mucho y que por eso tengo tanta hambre. Pero yo no noto que esté creciendo. Papá me ha tenido que hacer agujeros nuevos en el cinturón. Me dice que es por el calor.

Me acerco hasta la sombra, para pedirle a mi madre algo de comer para mi hermana y para mí, y se pone a llorar. Mi padre me grita y vuelvo corriendo hasta donde está mi hermana, que ha dejado de jugar y mira a nuestros padres, sorprendida por las lágrimas de mamá y por el enfado de papá. Tampoco yo entiendo nada: no he hecho nada malo. Mi hermana también se pone a llorar y la abrazo. Le sonrío y le digo que no pasa nada.

Mi padre se calma y mi madre deja de llorar, pero los dos tienen la cara muy seria. Hablan entre ellos mucho rato, bajito, y no puedo oír nada de lo que dicen. Mi hermana y yo volvemos a jugar: se le olvidan enseguida estas cosas. ¡Es tan pequeña! La quiero mucho. Es muy graciosa. Es tan pequeñita que toda la ropa le viene grande y me hace reír verla así.

Mamá nos llama. Vamos hasta la sombra y nos dice que le demos un beso a papá, que tiene que irse. Papá le da un beso a mi hermanita y otro a mí, y me da un abrazo muy fuerte. Veo que tiene los ojos muy rojos, y me dice que es que le ha entrado arena. Mamá le mira raro. ¿A dónde vas, papá? ¿No estamos de vacaciones?

Papá me coge las manos y me dice que cuide de mamá y mi hermanita, que me necesitan. No le entiendo. Veo que se le escapa una lágrima: a mí me pasa igual cuando me caigo y me hago daño, pero no quiero que me vean llorar. Como ya soy mayor, abro mucho los ojos y hago fuerza, pero a veces también se me escapa una lágrima pequeñita, como a él.

Veo cómo papá se va, caminando muy lento. Mamá nos abraza muy fuerte y tengo que decirle que no apriete tanto, que nos hace daño, y vuelve a llorar. No sé qué pasa, pero cada vez que le digo algo hoy a mamá, se pone a llorar. No he hecho nada malo, creo.

Cuando mamá se calma, le pregunto a dónde ha ido papá. Me dice que ha ido a buscar la comida, que se le había olvidado traerla, y vuelve a llorar. Creo que será mejor que me calle.

Volvemos a nuestros juegos. Con el dedo empiezo a hacer dibujos en la arena y mi hermana tiene que adivinar lo que son. Dibujo un helado muy grande, de chocolate, que es mi favorito, pero ella es tan pequeñina que no lo reconoce… Luego me acuerdo de que no los ha probado nunca.

Cambiamos de juego y empiezo a escribir palabras en el suelo y mi hermana, que no ha ido nunca al colegio y es muy pequeña, me pregunta lo que quieren decir. Como hace tiempo que no voy a la escuela he perdido práctica, pero era un buen alumno y recuerdo que mi profesora me felicitaba por tener buena letra. Elijo una palabra que sé escribir bien y que, además, está escrita en todas partes. Dejo que mi hermanita me insista un poco antes de decirle lo que he escrito. Me pregunta qué quiere decir y le explico que es el nombre del sitio donde vivimos nosotros: Gaza. De reojo, veo que mamá se ha quedado mirando en la dirección por la que se fue papá a buscar la comida, entre los edificios derruidos. Espero que no tenga que ir muy lejos: mi hermano mayor también fue a buscar comida hace unos días y todavía no ha vuelto, así que la tienda debe de estar muy, muy lejos. Seguro que nos traerán cosas muy ricas de allí. A ver si vuelven pronto, que empiezo a tener mucha hambre.

Publicado en la revista Ciutadella de Franc de agosto de 2025.